Amaneceres sin prisas, con todo el día por delante. Abres los ojos sin que ninguna voz, ruido, o lo que es peor, la alarma del despertador suene... absorbiendo la satisfación de un sueño que ha sido perfecto. De esos profundos, acurrucados en el calor de las mantas, flotando entre nubes de algodón. Y despertar, con un día fuera de la ventana gris, sin apetito de humanos deambulando por sus calles, oliendo el rincón de la casa que te espera para que remolonees en él todo el día, sin prisas, sin obligaciones, nada más que tu entretenimiento placentero.
Entonces se prolonga el levantarse de la cama, una vuelta y otra, entre escondidas sonrisas de gusto por exprimir el momento. Miras el reloj, hoy no tiene hora, te espurres, quizás cojas un libro, una revista, el ordenador, enciendas la televisión, te prepares un café, y aún sigas aprovechando tu hueco caliente en la cama... o el relevo pase al querido sofá, quién sabe, antes o después pero él hoy no se libra.Días así, casi son un ritual.
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