Amaneceres sin prisas, con todo el día por delante. Abres los ojos sin que ninguna voz, ruido, o lo que es peor, la alarma del despertador suene... absorbiendo la satisfación de un sueño que ha sido perfecto. De esos profundos, acurrucados en el calor de las mantas, flotando entre nubes de algodón. Y despertar, con un día fuera de la ventana gris, sin apetito de humanos deambulando por sus calles, oliendo el rincón de la casa que te espera para que remolonees en él todo el día, sin prisas, sin obligaciones, nada más que tu entretenimiento placentero.Días así, casi son un ritual.

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