Las nubes en el cielo son como algodones grandes que flotan en el aire. Desde arriba se les ve arrejuntarse, y como una manta lo arropan. El sol ardiente se abre paso, en la Tierra la gente lo reclama.
Hay una muchacha con vestido blanco y pareo amarillo cubriendo sus hombros fríos. Se ve su alma cristalina que habla con la mirada de aquellos ojos almendrados.
BAJO MIS ARCOS EL MOMENTO QUEDÓ INMORTALIZADO.
Yo nací en esta pieza del puzle que es el planeta Tierra y a la que llaman "la isla blanca"; a mí y al resto de vecinos nos pintaron de blanco, y por eso dicen que nos conocen por este nombre.
Pues bien, CON EL ABRAZO DE MIS ARCOS, LA MUCHACHA INMORTALIZÓ AQUELLA ILUSIÓN con una imagen dibujada bajo un flash lanzado por las nuevas tecnologías de estos tiempos. Un jóven la abrazaba también; yo me sentí espía de sus confesiones más profundas.
He visto pasar por mi regazo cientos de enamorados dándose el "sí quiero", pero esta pareja, con una peculiar ternura, que se susurraban entre sonrisas deseos futuros rebosantes de esa mágia que llaman amor, me cautivó. Un impulso me incitaba a tocar las campanas con el afán de gritar la emoción del momento. Ella me veía por primera vez, él me enseñaba con un brillo en sus ojos de esperanza.
Se fueron, sin saber que fui testigo de su declaración de amor eterno. Me quedé con el recuerdo, meciéndome en él, esperando que vuelvan una próxima vez y vestidos de blanco, con un anillo que ofrecerse, como es lo bonito de la tradición, bajo mi techo, el techo de esta iglesia que soy cada vez más vieja, pero jóven en cada historia, y que un día cuando ellos también fueron jóvenes, oí y sentí vibrar sus corazones tiernos y dulces como nadie puede imaginar.
(21Mayo'08)
