Doy "play" a la memoria y rebobino una y otra vez. Es como ver una película romántica, de esas que yo digo "ñoñas"; en las que se cuenta la historia de dos enamorados.
Es increible cómo se conocen, o en este caso cómo el chico conoce a su mujer. Me encanta esa escena, le doy al "play" y al "pause" en ella hasta que me canso.
Los dos enamorados se encontraban en el salón, cada uno acurrucado en un sofá. Era domingo y domingo con mayúsculas, perfecto para remolonear entre las paredes de la casa. Ella se levantó y sin moverse, tras buscar con la mirada en todas las direcciones no se sabe el qué, se quedó con el cuerpo y los ojos dirigidos hacia él, aunque con la mirada en el vacío. En ese momento se detuvo el tiempo.
Veo la imágen y ella parece congelada en el infinito.
Pero él rompió el hielo, se incorporó. Y entonces todo pareció volver al ritmo de la vida a una velocidad fugaz. "¿ Qué quieres que te haga de comer mi vida?" y ella sonrió y agachó la cabeza sin ser consciente del eclipse entre su deseo, su necesidad y la exacta percepción del hombre que siempre cocina para ella.
Y siempre es así desde el primer día que lo hizo, aquel durante el cual comieron casi entradas las cinco de la tarde. ¡Qué apañado! pensó ella. Había pechugas de pollo en la nevera y poco más. Pero en seguida sacó lo que quedaba, unos pimientos, cebolla y tomate frito. En un momento al plato de pechugas le alegró el día. Pochó los ingredientes en la sartén y sirvió una sabrosa salsa para acompañar. Tan sencillo el plato y tan rico... Para él todo un palcer cocinar, desde lo más fácil hasta lo más elaborado que ingenia nada más poner un pie en la cocina. Parece su laboratorio;entre cazuelas, sartenes, ingredientes, cacharros... ya una de sus primeras preguntas a la que sería y es su mujer, entre las calles llaniscas fue "¿Cuál es tu comida favorita?". Cada día, la jóven con manos de princesa redescubre el toque mágico que él tiene para cada plato que cocina.
Y es mágico cada momento que le ve desenvolverse en su laboratorio. Siempre recuerda el día en que le vió en la cocina de su piso en la ciudad. Pantalón azul del pijama y camiseta azul de tirantes. Esos hombros, ese cuerpo, se le pone la piel de gallina solo de rememorarlo. Desde aquel instante ella confiesa desearle siempre que cocina. Escribió en su diario: Tengo una fantasía: "llegar de trabajar y encontrarme a mi marido, desnudo con el mandil a la cintura, en la cocina preparando una cena y postre delicioso."
Rara vez ella prepara la comida o cena, siempre le deja paso para que él haga algo rico. Pero sí le ayuda, o hace que le ayuda, en el límite de ser más quien estorba. Luego sí friega, lo que no friega el lavavajillas. Todas las veces con agua helada, y se queja cuando se le hielan las manos, y en alto piensa la próxima vez fregaré con agua templada, pero nada, nunca lo hace.
Y así, el dueño indiscutible de la cocina, "el cocinero de la casa".
Vuelvo a dar al "play" en la imagen de ella, la enamorada de la sonrisa de fresa, paralizada en el tiempo y el espacio de aquel domingo con mayúsculas. Había amanecido cubierto de nubes grises. Ella madrugó, no dejaba de moverse de un lado a otro en la cama, bajó a la cocina. Su cabeza giraba, subía y bajaba en la montaña rusa que culines y culines de sidra, la noche anterior, habían creado. Él, dormido en la cama abrazado a la almohada se quedó un rato más.
Dió medio día, y la lluvia esperada les sorprendió. Hasta las tres de la tarde, hora en que él la mira y descifra a la velocidad de la luz, todo lo que ella en silencio y con la mirada perdida dice. No dice nada y para él dice tanto... Así le pasa cuando entra en la cocina, mira, la cocina no dice nada , pero a él le dice tanto... y en menos de lo que canta un gallo tiene la idea de un plato exquisito para relamerse los dedos. Y en ese segundo supo que su amor hablaba como tantas veces con su cuerpo; su estómago decía "ambre", su deseo "¿comemos?" y su forma peculiar de hablar sin palabras "¿preparas la comida?".
Se abrazaron, los ojos de la niña en cuerpo de mujer se iluminaron, él había dicho: "¿qué quieres que te haga de comer mi vida?", ¡cómo podía conocerla tanto! estaba absorta. Y el tiempo volvió a detenerse en esa imagen en la que los niños pintan dos enamorados dentro de un enorme corazón rojo. Y de nuevo él fue quien rompió el hielo, fue hacia la cocina.
Ella friega los cacharros sucios, el hombre de su vida como un ambrosías cocina arroz con verduras, cocina para ella, cocina para ellos. Dos enamorados que detienen el reloj y se sientan, como yo, a ver películas románticas; aunque aquí, el cocinero cierra los ojos y dice que piensa.
Dió medio día, y la lluvia esperada les sorprendió. Hasta las tres de la tarde, hora en que él la mira y descifra a la velocidad de la luz, todo lo que ella en silencio y con la mirada perdida dice. No dice nada y para él dice tanto... Así le pasa cuando entra en la cocina, mira, la cocina no dice nada , pero a él le dice tanto... y en menos de lo que canta un gallo tiene la idea de un plato exquisito para relamerse los dedos. Y en ese segundo supo que su amor hablaba como tantas veces con su cuerpo; su estómago decía "ambre", su deseo "¿comemos?" y su forma peculiar de hablar sin palabras "¿preparas la comida?".
Se abrazaron, los ojos de la niña en cuerpo de mujer se iluminaron, él había dicho: "¿qué quieres que te haga de comer mi vida?", ¡cómo podía conocerla tanto! estaba absorta. Y el tiempo volvió a detenerse en esa imagen en la que los niños pintan dos enamorados dentro de un enorme corazón rojo. Y de nuevo él fue quien rompió el hielo, fue hacia la cocina.
Ella friega los cacharros sucios, el hombre de su vida como un ambrosías cocina arroz con verduras, cocina para ella, cocina para ellos. Dos enamorados que detienen el reloj y se sientan, como yo, a ver películas románticas; aunque aquí, el cocinero cierra los ojos y dice que piensa.